HISTORIA DE LA CIUDAD DE VELEZ
Las
tiendas de los mercaderes Veléños incorporaron las mercancías “de la tierra”
que se producían por los indios tributarios (mantas, alpargatas, harinas) y por
el servicio domestico (quesos, jamones, pan de trigo etc) de los estancieros.
El mercadeo del maíz, de la carne, de las frutas y las verduras tenía lugar
semanalmente en la plaza pública, escenarios de los “regatones”, acaparadores y
pequeños vendedores indígenas o mestizos. La comercialización de las bestias de
arría y cabalgadura, así como de los negros esclavos, se producía eventualmente
en los hogares y en las estancias. El movimiento de la propiedad inmobiliaria
(casas, estancias, trapiches) y mueble (fondos de cobre, retablos, mesas etc.)
puede registrarse documentalmente en los protocolos notariales.
Esta
especialización regional del trabajo se evidencia en las peculiares habilidades
artesanales que identificaron las mercancías Veleñas en los mercados lejanos.
La presencia de los “maestros azucareros y confiteros” en la haciendas Veleñas
es clara en la década de los años setenta del siglo XVI. Gracias al arte de
estos maestros del azúcar y la conserva, los campos de Vélez se llenaron de
cañaduzales e ingenios, fuentes de una industria muy variada: balas de azúcar,
botijas de miel de caña, conservas de guayaba, diacitrón, alfajor, naranja rallada
y confitura. El torno a los ingenios se desarrolló el comercio de las pailas de
cobre, los molinos de moler la caña y los cueros en que se empacaban sus
productos. Otra artesanía singular que empleó toda la fuerza laboral del hogar
campesino fue la del tejido de lienzos ordinarios y alpargates, es decir, la
“ropa de la tierra”.
Así,
las ventajas regionales se tornaron vocación, y las unidades productivas
veleñas fueron reconocidas en los mercados por la naturaleza de sus productos,
conservas, confites, azúcares, harinas, bizcocho, quesos, jamones, lienzos y
alpargates, cabuyas y sillas de montar, mulas y caballos lustrosos. Los
arrieros veleños recorrían largas distancias y se movieron con facilidad por
los puertos del Magdalena desde Honda. La presión por tierras de cultivo
continuó en ascenso durante todo el siglo XVII.
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